Política anseriforme

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Últimamente hemos leído, y escuchado, y quizás hasta reflexionado, que los 16 millones de votos que ganó la izquierda deberían servir para calmar las aguas; que los reclamos de fraude deben pensarse dos veces dado que está en juego un nuevo capital político sin precedentes. Pero no es así. Y es que no es una cuestión de cantidad de votos. Si la izquierda hubiese ganado por un solo voto teniendo, qué sé yo, 6 millones en total, no veríamos patos sino júbilo en las oficinas de López Obrador. Insisto: un voto. Pero como una vaca mama al derecho y otra mama al revés, veamos la otra cara de la moneda. Si hubiese perdido la izquierda por un solo voto, así hubiera logrado 25 millones, habría quizás no varios sino un solo pato, el del voto comprado. O sea, que no importa si se gana con 16 o se pierde con 25 ni si se pierde o se gana por uno: lo relevante para la izquierda es que perdió. Punto. Y eso significa automáticamente fraude.

Pero en donde se ganó no se pregunta el cómo. Se sobreentiende que hay un electorado racional, libre pensador, que no se deja comprar, que va y vota por la mejor opción: la izquierda. ¿Por qué? Porque es izquierda, y es la mejor opción. Poco importa si un capitalino marca el cuadrito que dice “Miguel Ángel Mancera Espinosa” en la boleta de Jefe de Gobierno pero cruza “Enrique Peña Nieto” en la de elección presidencial, o si un morelense marca “Graco Ramírez Garrido Abreu” en la boleta para gobernador y “Josefina Eugenia Vázquez Mota” en la presidencial. Ganó Mancera. Ganó Graco. Nadie lo discute. El problema es que el primero ganó con más votos que López Obrador en el DF, y ahí sí empiezan las dudas, porque no cuadran las cifras en el ideario de la izquierda. Y en torno a ello hay que hacer algunos ajustes mentales, como siempre, con tal de no afrontar la realidad.

¿Acaso el PRI, que según la izquierda tiene una presencia nacional abrumadora (y sí, pero no), compró votos a los capitalinos que votaron por Mancera y por Peña? ¿En serio? ¿Ese PRI de Beatriz Paredes, que ni siquiera puede controlarse? ¿Ese PRI deshecho de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, el “Zarevich de la Basura” (hijo del papá, pues), que ya ni a los pepenadores puede comprar? ¿En serio? ¿El de Israel Betanzos y Tonatiuh González Case, que ni elecciones pueden ganar en pueblos bastante más fregados que varios del Estado de México? ¿Ese PRI? ¡Cómo lo hemos subestimado! Quizás, entonces, fue Mancera el del fraude kilométrico, el que no ganó abrumadoramente, porque el PRI todo lo puede. Y lo dicen López, Zambrano y Anaya. Hay que creerles. Es sentido común.

Y pasando a lo serio, ¿sí hubo compra de votos en la capital? No extrañaría. La especulación inmobiliaria que ya ha destacado Leonardo Curzio, los cortes al suministro de agua en Iztapalapa, la violación constante al uso de suelo en Tlalpan por parte de su delegado Higinio Chávez y sus múltiples gasolineras (tan sólo tres seguidas en menos de un kilómetro en Insurgentes); todo ello es negocio. Y es negocio, inexorablemente, político. Si el morral que reparten en el kiosco es amarillo y dice “Maricela Contreras” (delegada electa de Tlalpan por el PRD), nada pasa. Si el morral es verde con rojo y dice “Enrique Peña Nieto” en esas horrendas letras gigantescas y cuadradas, la indignación es inacabable. Me quedo en el “no extrañaría”, porque pruebas hay, y más fehacientes que el pato y el chivo.

Me parece, pues, de un egoísmo y una enajenación de la realidad terribles el creer que la elección presidencial sólo pudo haberse ganado. Sólo ganar, sin ninguna otra opción. Era el único resultado posible. Si no es así, es porque el tribunal armó una treta, no por voluntad popular. Es porque los periódicos ya lo cantaban, claro, con sus encuestas falsas. Es porque el PRI es tan pero tan pero tan poderoso que seguramente puede comprar hasta los votos de los mexicanos residentes en Turkmenistán. Y lo más grave es que la izquierda atente contra nuestra inteligencia y diga en público que Peña Nieto únicamente puede ganar con votos comprados, que no probados.

Y lo grave de lo más grave es que la izquierda no se dé cuenta de que hay gente que va y marca libremente el espacio con el nombre del ex gobernador del Estado de México sin tortas, sin gallinas, sin Soriana. A mí sí me resulta muy serio que, estando frente a la boleta, alguien marque ese cuadrito por voluntad propia y no por haber intercambiado una torta; que lo haga porque le convence un individuo de pocas luces que tuvo el más magro desempeño para un gobernador entre 2005 y 2011. Los números mexiquenses ahí están (transparencia, competitividad, feminicidios, derechos humanos, violencia, pobreza extrema). Pero la izquierda no se da cuenta de eso. Peor aún, el ataque no va por allí: los soldados que defienden el voto —que debe defenderse desde antes de una campaña— pasan de ser sagacidad y crítica inteligente a… una cabra y un pato.

La actividad favorita de López Obrador parecería ser dar la razón a sus adversarios; a los políticos, pero también a los que tiene entre la ciudadanía. Si lo tachan de ridículo, llena su oficina de patos, gallinas, cabras. Si lo tachan de loco, le abre paso a Juanito. Si lo tachan de conservador, veta la Ley de Sociedades de Convivencia propuesta por su partido en 2004 (¡y su promesa de campaña en 2000!) como Jefe de Gobierno. Si lo tachan de incongruente políticamente, deja que Monreal negocie y regale la elección gubernamental al PRI en Zacatecas en 2010; a ese PRI que hoy es el centro de las críticas de la compra y el fraude, por cierto. Si lo tachan de mentiroso, dice que desde hace ocho años “no habla” con René Bejarano, quien opera para él políticamente en la ciudad, o que “tiene encuestas” que lo ponen arriba de Peña, las cuales nunca muestra.

No es exclusivo de él. Si tachan al PRD de polarizar, Jesús Zambrano advierte un “estallido”, como hizo la semana pasada. Como si la derrota del PRD fuera la mayor tragedia nacional, sin importar la violencia, el crimen, las sequías, las condiciones magras de subsistencia, el limitado acceso a créditos para un sector de la población, las grandes empresas que no pagan impuestos, la pobreza cultural de la televisión. No. Importa que nos robaron la elección. Importan tapizar la oficina con tarjetas de Soriana. Y tampoco parecen ser trascendentes, ahí sí, los números que se ganaron en ambas cámaras: eso sí influye para erradicar dichos problemas. Pero no: importa más la foto junto al pato.

Es por lo que nos vamos a acordar de López Obrador en quince o veinte años. No por su enorme labor administrativa como Jefe de Gobierno de la capital, como el hombre que comenzó a rescatar una identidad citadina y en la izquierda nacional vapuleadas por el priismo; no por sus ideales, su recorrido de todos los municipios del país, su sencillez, su liderazgo, sus vastas campañas políticas. Nos vamos a acordar del loquito, del incongruente, del mentiroso y del ridículo. De Juanito, de la cabra, de la gallina, del pato. Es la política en su forma más anseriforme.

Rainer Matos Franco

27 de agosto de 2012.

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