Lo mismo de siempre: o uno está al 100% con la Santísima Trinidad —democracia liberal, economía de mercado y derechos humanos—, o uno es “Hitler”. No es exageración, al menos no de mi parte. Por eso pongo las comillas. Cuánta razón tiene Slavoj Žižek, que puede ser un personaje cuestionable en otros temas, cuando dice en las primeras páginas de ¿Quién dijo totalitarismo? que ese concepto, el de “totalitarismo”, es “un subterfugio que, en lugar de permitirnos pensar, y obligarnos a adquirir una nueva visión de la realidad histórica que describe, nos descarga del deber de pensar e, incluso, nos impide activamente que pensemos”. Y uno puede no estar de acuerdo con Žižek, sobre todo porque el totalitarismo no es sólo un subterfugio sino también un nivel de análisis útil. Pero lo más divertido e irónico para esos apóstoles que nos enseñan cómo debe ser el mundo es que, cegados por su normatividad, no aquilatan que podrían defender los valores que promueven de una manera más conveniente para ellos; incluso ignoran esta posibilidad. Ven el vaso completamente vacío aunque esté “medio lleno”, o aun cuando esté lleno en un 99% sólo porque no lo está al 100%. La mínima desviación del dogma es, pues, una muy condenable herejía.
Un ejemplo conveniente para entender lo que quiero decir es el uso dado a un par de artículos escritos en 2001. El primero es de John Ishiyama y András Bozóki sobre las “estrategias de supervivencia” de los sucesores de los partidos comunistas en la Europa postsocialista, en el Journal of Communist and Postcommunist Studies, vol. 17, no. 3, que por cierto es bastante pertinente para entender el fenómeno. Los autores distinguen cuatro tipos de partidos, entre los cuales destaca aquél que no se ha reformado en lo absoluto desde 1989, para lo que dan como ejemplo el caso del Partido Comunista de Bohemia y Moravia (KSČM), considerable fuerza política en la República Checa desde dicho año. En realidad, el artículo de Ishiyama y Bozóki no es normativista: no busca hablar bien de la democracia liberal; se limita afortunadamente a describir, pero es citado precisamente por algunos apóstoles para condenar a partidos como el KSČM por su atrincherado marxismo-leninismo. Lo irónico es que, en otro artículo del mismo número del mismo volumen del mismo año y de la misma revista, Seán Hanley estudia específicamente a dicho partido y descubre que incluso éste tiene “elementos democráticos y reformistas” tanto en el ejercicio del gobierno local como en la oposición parlamentaria. No obstante, los apóstoles trinitarios en universidades de todo el mundo citan más el primer artículo que el segundo, con el único fin de condenar partidos “nostálgicos” por no ir de acuerdo con la ideología que aquéllos quieren y creen mejor, sin reparar en que éstos se encuentran cada vez más, precisamente, rumbo a ese camino “correcto” por distintas condiciones internacionales e internas.
Pero el ejemplo espléndido por el que decidí escribir este texto viene en el Moscow Times, que publica el 14 de noviembre la columna de una tal Yulia Latynina, quien al parecer tiene la única gracia en la vida de ser “host” de un “political talk show” en la radio moscovita. La columna tiene un título prodigioso: “Ivanishvili is Georgia’s Chavez”, en referencia al nuevo primer ministro de Georgia y, naturalmente, al presidente venezolano. Con el puro título, ya se intuye para dónde va Latynina, pero también se intuye que empezó con el pie erróneo. La idea central —if any— de la columna es que Ivanishvili, que no lleva ni un mes como primer ministro luego de las elecciones que dieron el triunfo a su partido opositor, es un nuevo “Chávez” o un nuevo “Hitler” —no invento, ella cita a ambos— por la única razón de que su gobierno ordenó aprehender a ex funcionarios georgianos “en la mejor tradición estalinista”, o sea en la madrugada, y que luego soltó a dos y mantiene al tercero en custodia, Bacho Akhalaia, ex Ministro de Defensa del país. Y entonces uno supone que si hubiera sido a las 11:46 am hubiera sido menos “estalinista”, quizás.
Akhalaia está acusado, precisamente, de tortura, o más bien de haber hecho nada cuando fue Ministro de Defensa a sabiendas de que en las cárceles de Tbilisi se torturaba a los reos. O sea que el nuevo gobierno está apoyándose justamente en los “derechos humanos” y condenando sus abusos para fomentar la justicia en el país, lo cual fue de hecho bastante celebrado en la prensa occidental durante la campaña. Pero Latynina ni se ha enterado, cuando precisamente podría hablar de eso para quedar bien con el discurso imperante. A ninguno de los tres individuos aprehendidos se le golpeó; no sufrieron ni un rasguño. Habríamos de contarle la experiencia de Efraín Bartolomé en su casa de la ciudad de México y de cientos de individuos mucho menos conocidos en todo el país, ésas sí con violencia, cuando las supuestas fuerzas del orden “se equivocan”, destrozan (o de plano matan) y luego averiguan. Incluso Ivanishvili garantizó al presidente del Parlamento Europeo, una de esas instituciones que forman el clero secular de la Iglesia democrático-liberal, que el proceso judicial contra Akhalaia respetaría sus derechos constitucionales. ¿Sabrá Latynina que Georgia es candidato a integrarse a la Unión Europea desde 2006, la cual precisamente exige “credenciales democráticas” para una adhesión?
El hecho somero de que hayan sido aprehendidos a la mitad de la noche, amén de que no recibieron rasguño alguno y de que afrontan un proceso justo, da pie para que Latynina diga francas tonterías como a) “Incluso Rusia no usa ese tipo de medidas tan represivas contra opositores políticos”; b) “Y eso que es un primer ministro que prometió bajar los precios, triplicar las pensiones”, como si eso tuviera algo que ver con un proceso judicial; c) “Desgraciadamente, con la ayuda de elecciones democráticas, los georgianos han puesto a su país en la misma liga que Venezuela, Irán y Rusia”, como si el hecho de que estos Estados sean grandes amigos implica que tienen el mismo sistema político y usan exactamente las mismas medidas de represión, o como si fueran autocracias terribles cuando Venezuela tiene una oposición considerable e Irán es una de las democracias más vigorosas de Medio Oriente.
Y, finalmente, mi favorita: d) “Creo que Georgia ha sufrido una catástrofe comparable a la que sucedió en Alemania con la elección de Adolf Hitler y en Chile con la elección de Salvador Allende” (sic). Reitero el sic. En serio que más fácil hubiera sido decir “me cae mal Ivanishvili” y ya, ese oxímoron extraño —según Latynina— que es Führer, Camarada, Ayatola y Comandante a la vez. En realidad, esto no es endémico de viles periodistas: académicos que se suponen excelentes en su campo adolecen de hacer analogías similares. Hace muy poco, por ejemplo, Jean Meyer comparó a Chávez con Hitler en su discurso en su columna del 7 de octubre en El Universal por soltar “gritos, insultos, vociferaciones”. Nada más por eso, y porque inventó que Chávez es antisemita por un discurso retórico en contra del candidato presidencial de la oposición.
Y es que comparar a un personaje que uno quiere criticar con Hitler hace el trabajo por sí solo, y así el autor puede respirar tranquilo y no molestarse en averiguar más y sonreír detrás de su escritorio cruzado de brazos. Lo malo es que el lector ignorante lo entiende de una manera que no es. Es precisamente lo que un académico no puede permitirse, y lo que de hecho un periodista debería tomar más en cuenta, dado que llega a una audiencia mayor que la del primero. No hay cosa más dispar que, por un lado el arribo al poder de Hitler en 1933, que se dio menos por una cuestión electoral que por un arreglo político característico de un sistema parlamentario como el de la República de Weimar entre el presidente Hindenburg, el canciller Papen, el Partido Nacional Socialista Alemán y el Partido Popular Nacional de Alfred Hugenberg y, por otro, el arribo al poder de Salvador Allende en Chile en 1970 bajo una coalición política débil y una elección muy cerrada y su secuela en la forma de la aprobación en el Congreso. Lo que es más, no tengo ni la menor idea de por qué Latynina compara ambas elecciones, ni a Hitler con Allende. A lo mejor porque ambos llevan “socialista” en el nombre de sus respectivos partidos, será, porque yo no veo otro punto de comparación. El caso es que vale un poco más la pena evitar descargarse del “deber de pensar”, y no descargar lo que uno piensa a lo tonto diciendo que así debe ser.
Como Latynina, que no tiene idea ni de Hitler ni de la Alemania de 1933, ni de Allende ni el Chile de 1970, ni del estalinismo, ni de Chávez, ni de Irán, ni de Rusia, ni de Georgia, ni de nada. Eso sí, cobrará bastante por su valiosísima opinión en el Moscow Times. Ay de los que escuchen a sea “political talk show host” en la radio de Moscú.
Rainer Matos Franco.
14 de noviembre de 2012.